Confesiones de un PURO… sin humo

Soy un “puro”, lo confieso. Y es que me obligan las circunstancias y los ejemplos cotidianos. Y no me refiero a aquella cualidad de ser correcto, o como reza una de las acepciones de la Real  Academia de la Lengua Española “libre y exento de imperfecciones morales”, sino al significado cubanizado de llamar así a los padres, o personas de edad media.

El tiempo pasa...

Resulta que cerca de mi nuevo barrio, en el corazón de Los Sitios de Centro Habana, un grupo de jóvenes se reúne todas las tardes para jugar voleibol, deporte que practico desde los 9 años.

En el deporte de la malla alta no llegué a ser estelar, pero me defiendo bastante, y todavía recibo, paso, ataco y bloqueo, bueno, cuando las libras de más me lo permiten.

Hace varios días llegué del trabajo, y en mi afán de rebajar unos kilos, fui a jugar al referido sitio. No conocía a nadie y eso demoró mi actividad. Hasta que perdí la timidez y me integré a un equipo, donde mis compañeros me miraban con recelo. Un recibo, pase para la zona 4 y PUMMMMMMMM, ¡Bombazo!, como diría el siempre oportuno amigo Rodolfo de la TV.Nada, haciendo gala de restos de calidad martillé la pelota con potencia. Miré a mi alrededor conforme y quedé estupefacto cuando mis coequiperos vinieron a saludarme y un muchacho delgado de 17 años dijo:

–         Ño, el “puro” la echa buena.

Juro que el espejo de mi casa sufrió las consecuencias. No paré de preguntarle si tan viejo me veía a mis 27 años, pero no creo que mi “imagen maltratada”  confunda de ese modo.

¿Ser o no ser?...

Me acosté luego a pensar en los 27 agostos vividos, en mis primos que ya no son mis juguetes, y toman cervezas, y tienen novias, y trabajan y viven solos. Ha pasado el tiempo y solo yo no me he dado cuenta, aunque mi barriga me lo repita a diario. Me queda asumir que ya mis remates no hacen tanto daño, ni puedo salvar las pelotas que antes eran cosa fácil. Me queda aprender a querer a mi OTRO YO.